El estruendo de una bomba hace retumbar las paredes de la casa. Un fino polvo blanco cae del techo y de las paredes, los antiguos pilares de madera alzan al viento su quejido lastimero. Parece que nuestro hogar resiste sus últimas embestidas. Ya no queda nada de valor en la habitación. Lo que no está roto fue vendido hace tiempo para comer, o quemado para dar un último destello de esperanza en las noches más frías.
Cinco meses, seis días, y cada segundo nos apuñala vilmente con el recuerdo de las balas, la metralla y la falta de compasión humana.
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