martes, 22 de febrero de 2011

día nefasto

cuervos, hienas y buitres
comiéndose entre ellos dentro de una caja de plástico
y cristal
mientras tu mente cae en un sueño hipnótico
inducido por la mierda del ambiente.
Al mismo tiempo un
árbol muere solo,
abandonado a su suerte,
en medio de un mundo de gente
con antenas parabólicas en vez de oidos,
y cuchillos en lugar de frenos...

que le jodan a todo lo bonito y bueno.
solo cuando caminaste por el barro te diste cuenta
de que ya estabas sucio antes de tocar el suelo.
quitarle la máscara a las hadas, 
y a los conejos con sus chisteras,
los príncipes azules también se masturban.
 

sábado, 19 de febrero de 2011

Lidiando con las putas y otras historias


Volviendo de una clase empiezas a pensar.

Ves como el silencio se transforma en una explosión de palabras que 
chocan unas con otras formando frases sin ningún sentido aparente.

Esas frases a su vez seducen a otras palabras, prometiéndoles placer
y significado.

Finalmente, los párrafos se reproducen con los demás semejantes y
conciben un ecosistema de ideas totalmente autosuficiente.

Puede que esto se pueda considerar una buena mamada mental pero,
de todas formas, a quién le importa? 
A mí no.

 
 
Salgo del laboratorio una hora antes. La clase de hoy ha sido sencilla y poco
más que insustancial. Pero bueno, conoces a gente, esa gente que se suele encontrar
en el mismo sitio que tú, a la misma hora y en un lugar suficientemente cercano
y bajo las circunstancias en las que dos pares de ojos se encuentran y conversan
antes que las bocas y las lenguas que les siguen, esas bocas y esas lenguas que 
dicen “muévete”, y los pies, esclavos de nuestras palabras, obedecen sin rechistar.

Bajo la calle en busca de mi coche, que me espera un jueves por la noche (o juernes,
día inventado por las multinacionales más crueles para despistar a jóvenes que buscan
vicio y virtud en los vasos medio vacíos , apoyados sobre las barras de las discotecas
prohibidas en un día prohibido). Mientras camino y enciendo un cigarrillo pienso,
acompasando mis pensamientos a la visión del viento enredándose en el humo gris
que expiro, creando unas bellas espirales en el aire, una vorágine de éxtasis,
un baile privado en el cual los entes sustanciales(como yo, por ejemplo) no tienen cabida.


Distraído pensando en esto, apenas soy consciente de las prostitutas que se han 
agolpado a mi alrededor. Bueno, mejor si nos situamos un poco.
Me encuentro en una de las calles sin salida  que separa la Diagonal con el campo
de un equipo muy conocido, no caigo ahora en su nombre, creo que visten de azul y
rojo.
Cuando cae el sol, esa zona de Barcelona se encarga de recoger a un grupo selecto 
de degenerados , necesitados y divertidos especimenes que buscan el calor de un abrazo
entre las piernas de un/a desconocida/o ( a cada cual con sus gustos).

En ese momento, ajeno a todo esto debido a una gran empanada mental, sigo mi rumbo
sin ser consciente de que mi coche precisamente ha sido aparcado en una de esas preciosas
calles sin salida.

Aún es temprano, y mi visión de la situación en este momento es la siguiente:
Coches aparcados en fila, presionados por la oscuridad de la noche, mientras a mi izquierda
las prostitutas locales muestran su mercancía al mundo y a todo aquel que quiera
prestarles un mínimo de atención y un màximo de su cartera.
A mi derecha se alza majestuosa la luna llena, dándole un tono fantasmal a toda la escena
(en esa calle la luz de las farolas es tan absurda como inexistente).

Entro en el coche, saco una libreta, y empiezo a escribir lo que días más tardes escribo en
estas líneas. 
Mientras tanto, un coche surge de un pequeño párking de tierra situado enfrente mío, y 
detrás de él le sigue una mujer vestida con una chaqueta y desnuda de cintura para abajo.
Es en ese preciso instante cuando alzo la mirada y mis ojos se encuentran con que en 
cada vehículo que me rodea un hombre espera nervioso que se le acerque una reina de 
la noche y le invite a su castillo.
Y es en ese preciso instante, también, cuando descubro que para todo aquel que circule
por la calle a esa hora ( prostitutas y puteros incluidos), yo no soy más que otro putero 
más a la espera de su reina.

Y mis palabras surgen de la línea que separa las perspectivas.

viernes, 11 de febrero de 2011

Reflexión


Lo único que necesitábamos era una guitarra, whisky y una bolsa de patatas.
Toda nuestra vida buscando sinónimos físicos de la palabra tranquilidad, paz, 
silencio interior,  y lo descubrimos en los detalles más insignificantes, 
entrando por si mismo a través de nuestros pulmones en forma de aire limpio,
desprendidos los vapores que hacen de la vida lo que es y que tan fuertemente
nos asfixian y nos agotan después de una exposición prolongada.

Mañana volveremos; porque la necesidad de esa contaminación nubla nuestros
sentidos y nos hace ser los débiles ignorantes que somos normalmente.

Aquí somos demasiado sabios, podemos llegar a comprender muy bien lo que nos
destruye, y cuando somos conscientes del amor casi enfermizo que sentimos por todo
aquello que hace de nuestra vida una mezquindad, somos incapaces de soportarlo.
Su ausencia, acabaría matándonos del todo.

lunes, 7 de febrero de 2011

Dulce baile


 
 
 http://www.youtube.com/watch?v=GZbuA7r17uk 
 
 
El rumor suave y dulce es arrancado de las cuerdas de un piano de cola que domina la estancia. 
Noto la sincronización de los latidos de mi corazón con el golpeo incesante y esperanzador del
 martillo que acaricia las cuerdas como un amante venido de muy lejos sólo para estar con ella.
Han pasado muchos años desde la última vez que estuve aquí, en esta casa, 
pero compruebo que mi memoria no falla.
Me encuentro en un salón desprovisto de todo mobiliario exceptuando el gran piano negro
como el azabache, situado en medio, enorme y majestuoso. El reflejo del mármol blanco 
que inunda el suelo que piso me devuelve la mirada.

Y allí está ella.

La culpable de ese maravilloso sonido.
Lleva un largo vestido rojo que deja al descubierto sus hombros blancos y finos.
Sus dedos tamborilean sobre el teclado, componiendo a cada paso 
una dulce melodia de Chopin, haciendo que los mismísimos ángeles bajen 
a sentir envidia de algo tan delicioso.
Ahora los veo, tumbados en el suelo, la cabeza apoyada sobre las manos, 
hechizados por el mágico sonido.
Me acerco a ella, beso su cuello suavemente, apenas una caricia que ella siente en lo 
más profundo de su alma.
Se levanta, rodea el pequeño taburete sobre el que momentos antes rezaba su 
gloriosa oda al amor y a la belleza, se acerca a mí, con su precioso cabello suelto sobre los hombros.
 Me rodea la cintura con una mano,
 la otra busca la mía con una determinación y una suavidad infinitas.
Empezamos a bailar. Los ángeles,  que hasta hace un momento la observaban, 
salen de su cálido estupor. 
Y ahora son ellos los que tocan para nosotros.

Danzamos con pasos cortos,  los ojos encontrados en la comprensión del que sabe 
que ahora marca el tempo, el tic-tac del reloj se detiene y avanza a cada pequeño 
vaivén de nuestra danza. El concepto de tiempo ahora no es más que un recuerdo, 
algo tan sumamente insignificante que nuestras pequeñas mentes, ahora unidas, deciden ignorar.

Nuestros labios se encuentran, los pies se paran pero la música sigue, 
unidos en un abrazo que nos convierte en inmortales.

jueves, 3 de febrero de 2011

¿Te apetece un café?






Carlos despierta como cada mañana, con el mismo sonido
en la alarma de su despertador, con el otro lado de la cama
vacío como siempre. Finalmente se despierta, va a la cocina
y prepara su desayuno. No tiene prisa, nunca la tiene;
su vida no es más que una repetición constante de los mismos actos,
como estar en una cárcel al aire libre en la que cada día se sigue el mismo programa. 

Está loco, y no puede hacer nada para cambiarlo.

Ingiere los alimentos en silencio, atento al reloj de la pared de la cocina,
a su tic-tac repetitivo y monótono. Quizás sea el único momento
del día en el que se siente a gusto, oyendo el picar de la manecilla
de los segundos una y otra vez, siempre igual, sin variaciones apreciables,
estrellándolo día a día hacia una fase que nunca termina.
Recoge el plato y los cubiertos y se viste sin prisa. Hay tiempo.
Se pone su traje de los martes, que casualmente es el mismo que el de los lunes,
e igual que el de los miercoles, las fiestas, las cenas....
Se lava los dientes y se afeita, con sumo cuidado, poniendo una precaución excesiva
en cada movimiento, como si a pesar de todo su vida le importase más
de lo que aparenta a simple vista.
Sale a la calle y pasea. Tiene tiempo, y el viaje de casa al trabajo es siempre el mismo.
Los mismo edificios blancos, los mismos complejos de oficinas.
Pasa por delante del mismo parque todos los días,
y en él ve cada día a madres con sus hijos haciendo tiempo antes de llevarlos al colegio.
Un rápido vistazo le dice que son los de siempre, que todo sigue en su sitio.
Avanza y llega al mismo paseo, ve a los vagabundos durmiendo en bancos,
envueltos en cartones. Los maldice, no sabe por qué pero los odia,
no los soporta, le dan asco.
Llega a la oficina y en la entrada se encuentra al conserje;
se saludan con la misma frialdad de todos los días, con total indiferencia.
Coge el ascensor y se encamina hacia su despacho. 
Y allí está ella.

Ella es perfecta, preciosa, inteligente, gentil, ambiciosa, honesta;
lo tiene todo, todo lo que un hombre podría desear.
Se pasea por la oficina y habla con este, con aquel,
saluda a ese otro, sonríe al de más allá.
Pero cuando ella entabla una conversación con alguien,
se pasan horas hablando, riendo, divirtiéndose.
En ocasiones hablan durante días y semanas;
cada vez que el otro llega se acerca a ella y siguen charlando.
Nadie les dice nada, es como si no existieran. Muchas veces ella se va enfadada,
pero siempre acaba volviendo para pedirle disculpas.
Lo curioso es que todo aquel que conversa con ella
desaparece de la oficina y no vuelve jamás. Si le preguntan a sus compañeros
nadie sabe nada, algunos aventuran que está de año sabático,
o que se ha ido de vacaciones, o que simplemente lo han despedido.
Pero cuando le preguntan al superior no sabe nada,
“a él nadie le ha dicho nada”, alega siempre.
Ella nunca ha hablado con Carlos, nunca le ha dirigido más que una mirada.
Carlos no sabe que hacer, está desesperado, ansía conocerla,
pero no se atreve, le da miedo acercarse y no saber qué decir.
Pero lo que más miedo le da es hablar y desaparecer como le
pasa a tantos otros antes que él.
Por otra parte está harto de esperar siempre, de no dar un paso hacia el frente
por miedo a que sea el incorrecto, el miedo a empezar una senda sin conocerla,
perderse, y no saber encontrar el camino de vuelta.

Está decidido, hoy hablará con ella.

Mientras le da alas a todas sus maquinaciones dentro de su preocupada cabeza,
no advierte que ella está sentada a su lado, muy cerca de su cuerpo. Cuando se da cuenta no se sobresalta, está extrañamente tranquilo; puede notar el olor de su pelo, sus ojos buscando algo en el fondo de sus más profundos sentimientos.
Ella sonríe:
-Hola, te apetece un café?.
-Claro.


Suena el despertador.
Es un nuevo día. Carlos lo apaga con una sonrisa.
No sabe explicar por qué, pero es feliz, se siente lleno de una energia renovada
e intensa que hacía mucho que no sentía; se ve capaz de mover el mundo si se lo propusiese.
Hoy acudirá al trabajo y tiene claro lo que debe hacer.
Se prepara el desayuno con energía y motivación.
Rompe por fin con sus costumbres, se viste y se lanza a la calle.
El sol surge radiente, asomando entre dos edificios y marcando sobre el asfalto
las sombras tempranas de los árboles.
Todo está iluminado con una luz tenue, como si el mundo entero estuviera
despertando de un profundo sueño.
Va caminando y oye las risas alegres de los pequeños que arañan minutos
sobre la tierra del parque antes de ir a clase, pero aun así estan emocionados
con la idea de vivir un día más de aventuras y diversiones.
Carlos sonríe.
Pasea por el puente, y en los bancos los vagabundos duermen traquilos,
sin nadie que les moleste.Carlos se acerca al primero y vacía el contenido
de su cartera sobre su gorra de lana, puesta boca arriba en el suelo.
Al llegar a la entrada de la oficina, un conserje sonriente y feliz le saluda con la gorra, mientras nuestro hombre le devuelve el saludo con la misma energía.
Al llegar a la oficina, explora con la mirada todos los cubículos, buscando a su dama.
No la ve por ninguna parte.
Pero eso no le preocupa, sabe dónde encontrarla.
Carlos se planta delante de su superior.
”Dimito”- Dice.
“vuelvo ha ser libre”- piensa.