lunes, 24 de enero de 2011

domingo eterno


 
 
 
Han pasado muchos años desde la última vez que vine aquí.
Nuestro coche se dirige hacia Rubí, hacia un entramado de calles, una pequeña jungla
urbana disfrazada del más tranquilo de los pueblos cordobeses.
En el momento en el que el coche llega, el tiempo pasa a ocupar otro espacio, otra época.
Es como volver a un pasado imperecedero; aquí no existen los problemas que preocupan
y mortifican a la sociedad.
Aquí la paz de espíritu no es un objetivo a alcanzar, sino una forma de vida, 
tan profundamente ligada a su día a día particular que no podrían imaginar una existencia
sin ella.
El piso de mis tíos forma parte de un pequeño complejo donde varios edificios se juntan 
para conformar un pequeño jardín interior. 

El silencio más absoluto viene a recibirnos.

El interior del hogar responde a los tradicionales canones andaluces: habitaciones repletas de 
fotografías de familiares (generalmente en color sepia) de los cuales no conozco a prácticamente ninguno.

En las estanterias, pequeñas figuritas que representan muñecas enfundadas en vestidos blancos con topos rojos, 
y en el comedor, sobre la gran mesa,  tres fruteros enormes repletos de las mejores frutas de sus mejores huertos.
Por último, solo falta correr las cortinas para observar el paisaje: 
un enjambre de edificios, construidos siguiendo un aparente orden aleatorio, 
pero con la particularidad de que cuando el sol cae, 
las sombras proyectadas conforman un precioso espectáculo. 


Mi tía es un ser formidable. Hacía unos siete años que no la veía, pero como he dicho antes, 
aquí el tiempo no importa.
Ella es igual que la última vez que vine a visitarla, años que parecen siglos, como si todo se hubiese ido 
pudriendo excepto ese pequeño complejo de edificios.
Como iba diciendo, mi tía es una persona peculiar. Además de ser una de las personas más graciosas que conozco.
Es una mujer que ha conseguido crear la combinación perfecta  entre sentido del humor, vocabulario, 
acento cordobés y un tono de voz desvergonzadamente alto. 
Su técnica consiste en lo siguiente: cuanto más grita, más te ríes. Y grita mucho.

Dentro de un rato volveremos a Barcelona, pero no olvidaré jamás la sensación de los días como hoy: 
la mágica sensación de un domingo eterno(o dominguero) en la que el lunes no existe, 
el tiempo se para y lo único que importa es a ver quién ríe más alto.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Mi teoría también contempla que los lunes no existen. Pinta muy bien este idílico lugar silencioso. Y tu tía mola, sin duda.

Montamos una excursión parecida en breves? jeje

Abrazo!


VD

Unknown dijo...

Por cierto, estas enlazadísimo.

Abrazo!