Volveremos a sentir la belleza de las puestas de sol y de las nubes y del agua de la lluvia; el pájaro de mi ventana volverá a cantar, rompiendo su silencio a voz en grito y despertando de su letargo con vigorosa fuerza y pasión. Volverá a crecer el césped bajo mi cama y las risas silviestres envolverán nuestras sábanas.
Ahora voy subido en el asiento trasero de un coche, mi cabeza embotada y mis sueños de vacaciones. Fumando un cigarro con la ventanilla bajada, del exterior me llegan mil sonidos. Mil sonidos que no soy capaz de reconocer. Todos golpean contra mi cabeza, pero no soy capaz de identificar ninguno. ¿Eso que acaba de pasar es una moto?¿Y eso la risa de dos muchachos? “Debo estar muerto” pienso. No se me ocurre otra explicación. Llegados a este punto el silencio que reina en mi interior es ensordecedor, solo roto por el compás rítmico y suave de mi respiración. “Aún respiro, sigo vivo, y más fuerte que nunca” Pero el éxtasis de sonidos exteriores sigue chocando contra mis tímpanos, pugnando por entrar todos al mismo tiempo, pero formando una barrera en la que el ruido se torna silencio, calma, paz. “Estamos llegando” Identifico esas dos palabras y mi cabeza busca la fuente del sonido, mientras mis ojos se enfocan con dificultad sobre el autor de lo que me parece un discurso después de tanto rato de silencio en aquel coche. “Ya llegamos Nob”, repite Mou. Sabe que mi cabeza no está en su sitio, pero ahora que lo pienso nunca lo ha estado, supongo que esa es la razón de que la gente me repita dos y tres veces las cosas. El caos acústico de Barcelona vuelve a mí poco a poco. Ahora identifico los coches, las motos, más tarde las conversaciones de la gente que pasea por las calles y que nacen y mueren a la misma velocidad que nuestro coche las deja atrás. Salgamos del coche y volvamos a la vida.
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