jueves, 20 de enero de 2011

Hemingway ha muerto


Pasando página literalmente, y en sentido figurado un poco más grande y payaso que ayer.

He salido de casa solo, triste y amargado.
Cuando me doy la vuelta veo el sol tapado por una gran sombra
que no soy capaz de reconocer a simple vista.
Decido pasear hacia allí.
Cada paso me hunde más en la miseria y en la mierda de mi propio ego.
Joder, si hasta mi sombra me tiene miedo.
Ahora ella avanza por delante de mí, corriendo,
intentando poner la máxima distancia posible entre ella y la torre de babel que nubla mis sentidos,
que yo mismo he construido a base de sudor, sangre y heces de la mejor calidad, y que está a punto de derrumbarse.
Tiene miedo de que esa torre se desmorone y caiga sobre su negra e informe cabeza. 
Una cabeza que, me doy cuenta, se parece asombrosamente a la mía...ya empiezo a desvariar.

Sigo caminando, saco un cigarrilo del bolsillo derecho de mi chaqueta, un encendedor del izquierdo,
y disfruto de la primera bocanada de benzeno fresco que entra en mis pulmones. Luego exhalo, y con él se van mis fuerzas.

Decido sentarme en un banco para observar la plaza a la que he llegado con mis andares de vagabuno borracho.
Calada. Exhalo.

Dos niños persiguen a una pequeña subidos en su patinete deslustrado por la falta de amor y luz que reina en el ambiente.

Calalda. Exhalo.

Sus madres, sentadas a treinta metros enfrente de mí, interrumpen sus insulsas conversaciones para observarme. 
Me tienen miedo, pienso. Calada. Exhalo.

Vuelvo la vista al cielo sin color y veo desde una ventana un reflejo que me sorprende.
Calada. Exhalo.

En el cristal que da a la habitación de un cuarto piso. Posiblemente poblado por la misma gente aburrida que me rodea cada día.
Quién sabe.

Al volver a observar el reflejo reconozco en él algo que no me gusta en absoluto.
Sí, efectivamente, esa es la COSA que rompe la luz del sol que debería llegar al corazón, y más urgentemente al mío.
Decido ir en su busca.

Cruzo la plaza y arrojo mi cigarrillo, ya muerto, al suelo.
Bandadas de canguros pasean por las calles dando saltos y mirando las minifaldas de las chicas.

Las plantas conversan entre sí sobre el siguiente partido de champions.

Un abeto postula que Freud se equivocaba, mientras el otro fuma de un enorme habano del cual brotan pequeñas hadas cuado suelta el aire. 

Siento que me estoy acercando. O posiblemente esté acabando de confirmar mi teoría de cómo un hombre saluda cortesmente a la locura.

Mis pies me llevan a una colina inmensa, y en la cima, la silueta de un hombre.
“Eclipse capilar” es la expresión que se me ocurre para denominar el suceso.
No sin sufrimiento y sentido del rídiculo consigo ascender y llegar a la cima.
Mi sorpresa al ver que el ser que se encarga de tapar mi astro no es más que un viejo que se apunta a la cabeza con un rifle de caza antiguo.

Mientras pienso en qué es lo que debo hacer a continuación, BANG! El dedo ha presionado, el martillo ha retrocedido y, 
como en un sueño, la pólvora explota, el casquillo salta, y se acabó. 
Hemingway ha muerto.

El cuerpo sin vida se desploma y cae ladera abajo, pero yo no puedo verlo porque una intensa luz golpea con fuerza mi cara.
No puedo oír, ver, pensar, sentir, gritar. Solo puedo llorar.
Mi cara está seca, pero mi mente desprende bocanadas de vómito, alcohol, mierda, agua y sangre por partes iguales.

El descenso transcurre como en un sueño, y una vez más vuelvo hacia aquel parque.


Me siento. Saco otro cigarrillo, lo enciendo. Calada

Dos niños persiguen a una pequeña subidos en sus patinetes nuevos. 
Sus cabellos dorados irradian un frenesí de vitalidad que parece jugar a otro juego con el sol que le llega por detrás.

Las madres me miran y sonríen, y hablan de los mejores momentos de sus plenas vidas.

Mi propio cuerpo empieza a burbujear y a moverse en un éxtasis de mecánica y felicidad. Miro hacia adelante, hacia detrás.
No veo a mi sombra por ninguna parte.

Me giro y la veo allí sentada a mi lado, mirándome con sus ojos negros, su cabello negro, y su piel blanca,
y por primera vez en mucho tiempo me veo a mí mismo devolviéndome la mirada y pienso,
que prefiero morir por gastar más energía de la necesaria que dosificarla para alimentar los días de  grandeza y gloria.
Esos días llegaron en el momento en que mi sombra decidió acompañarme.

Exhalo.

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