martes, 8 de marzo de 2011

sueño


Un conjunto de células fusionándose sin orden ni concierto.
Núcleos que copulan y crean una argamasa compacta y 
nauseabunda de ideas mal aprovechadas.
Señales eléctricas que se pierden en el espacio-tiempo
 de los números, las líneas y las fresas.

Tengo el cerebro tan licuado que las palabras 
se juntan a placer...
  




El otro día tuve un sueño.
Soñé que iba caminando por un verde prado, 
pero que mis pies pesaban demasiado.
Cada paso se convertía en un suplicio para mi 
cansado cuerpo, y llegaba un punto en el que el
agotamiento me impedía seguir hacia delante.
Me siento, noto la hierba bajo mis manos, pero es mentira.
 No siento nada.
Ni el tacto de la hierba.
Ni el viento besando mi cara.
Solo una profunda tristeza que me embarga y me consume.

Allá a lo lejos, la visión de un globo aerostático levanta 
mi ánimo.
Decido arrastrarme hasta él.
Después de una eternidad (todos sabemos que los sueños
 pueden llegar a ser más largos que un día sin pan)
llego a los pies de la gran cesta que sostiene el invento.
Consigo subirme encima, y a pesar de mi total inexperiencia
 como capitán de globos, encuentro
la forma de ponerlo en marcha.
Mi congoja y yo empezamos a ascender lentamente.
En un alarde de comprensión relaciono los conceptos 
peso-altura, y observo sin interés
como el perímetro de la cesta está rodeado 
de sacos enormes y (por lo que se puede deducir a 
simple vista) muy pesados.
Usando las pocas fuerzas que en ese momento 
regentan mi cuerpo consigo, no sin esfuerzo, 
tirar la primera de las sacas por la borda.
Inmediatamente, el globo y yo ganamos altura, 
pero no todo queda ahí.
Con ese saco se han ido parte de mis problemas, 
mi alma se siente menos sucia, 
y mi cuerpo, aunque sucio como siempre, se siente más liberado.

Decido retirar uno a uno todos los sacos, 
y por cada uno que cae, alguien dentro de mi se levanta
y me vitorea.

Al final del sueño, son muchas las voces coreando 
mi nombre, hay mucha altura entre
el suelo y yo. Y mi cabeza está más despejada que nunca.

Más tarde desperté, y ese fue el primer día del 
resto de mi vida.
La comprensión inundó mi mente, y ella y la felicidad 
se dieron la mano como viejas amigas.

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