domingo, 10 de julio de 2011

Tragicomedia

Un sábado cualquiera del mes de Junio del 2034.
Es curioso, tantos canales de televisión para elegir y ninguno que valga la pena.
Salgo al balcón y enciendo un cigarrillo liado con esmero.
Ante mí se alza la imponente Barcelona, calles y más calles en constante ebullición
de vida y entusiasmo, que se abren a una nueva noche de romances y tragedias.

Desde donde estoy, alcanzo a ver un edificio antiguo, con todas las ventanas absorbidas por la oscuridad, excepto una. En su interior, una chica joven lee
tranquilamente un libro, ajena a la atención que le presto.
A mis pies una plaza recoge a aquellos jóvenes que, terminados los exámenes finales de alguna universidad o instituto, deciden olvidar todo lo que han
aprendido a base de pequeños sorbos de la mezcla de alcohol y júbilo que llena
sus vasos.

En realidad nada de esto importa en absoluto, ni tiene ninguna importancia
en particular.
Mi cabeza está demasiado ocupada pensando en sus besos y en sus caricias, en
esa dolorosa despedida en una estación de tren, mirando desde el andén como
el amor de mi vida escapa de mis brazos, para marcharse a algún lugar sin nombre.
Mi último recuerdo es el tren avanzando, cobrando velocidad poco a poco, y su
cara anegada en lágrimas, ofreciéndome una despedida con la forma de la más
bella de las miradas.
En ese instante tuve la sensación de que el tiempo se detenía, y aún tengo esa
sensación ahora, en mi balcón y con mi cigarrillo. Tengo la sensación de que
mi reloj ha dejado de funcionar, de que todo a mi alrededor marca la hora en la
que aquel tren abandonó la estación, y con él se llevó parte de mi cuerpo, de
mis sueños y alegrías.

Me distrae el sonido estridente provocado por la sirena de un coche patrulla
corriendo a toda velocidad por la gran avenida; los jóvenes de la plaza tiran sus
bebidas al aire con un evidente mal disimulo, y cuando descubren que la cosa no va con ellos se afanan en buscar los pedazos de paraíso de los que tan
rápidamente se deshicieron segundos antes.
La chica deja su libro y se asoma a la ventana y mira lo que sucede, pero cuando ve que no hay nada interesante que observar respira hondo varias veces, para
empaparse del falso aire salubre que inunda toda la ciudad, y vuelve a enfrascarse en su interesante lectura.

Pero todo esto carece de importancia, por que hoy todo es diferente.
Los colores de los coches, de los semáforos, de la ropa de la gente que
pasea son distintos.
Su brillo ha cambiado, así como el olor de las calles y las flores de las terrazas.
Sería imposible decir en qué momento exacto pasó a tener ese nuevo aspecto,
o quizás sea yo el que esta vez no ha cambiado con el mundo.
Quizás el mundo sigue girando, creciendo y muriendo, y sea yo el que se encuentra parado en medio de toda esta vorágine de sensaciones cruzadas.

Pero supongo que no importa. Sigo vivo, sigo aquí.
Mi corazón late, la sangre corre por mis venas y, de algún modo, anuncia la
llegada de ese ancla que frena la embarcación en medio de esta tempestad.

"mañana estaré muy lejos de aquí", pienso
"no quedará nada de todo aquello por lo que llevo tanto tiempo luchando, ya no"

Mi destino es Alemania, nuevo mundo y nuevas sensaciones.
Calculo que si voy en el nuevo tren eléctrico podré plantarme allí en poco más
de una hora.
Pero, qué más da, qué prisa tengo por llegar?

Creo que cogeré el viejo interRail y disfrutaré del viaje.
A fin de cuentas, toda tragicomedia necesita un buen paisaje para poder
seguir existiendo.

1 comentario:

Asolada dijo...

No me jodas. ¿De verdad?

LLuvia escasa, lluvia triste. Sólo respira. Lo demás sólo es lo demás.