jueves, 3 de febrero de 2011

¿Te apetece un café?






Carlos despierta como cada mañana, con el mismo sonido
en la alarma de su despertador, con el otro lado de la cama
vacío como siempre. Finalmente se despierta, va a la cocina
y prepara su desayuno. No tiene prisa, nunca la tiene;
su vida no es más que una repetición constante de los mismos actos,
como estar en una cárcel al aire libre en la que cada día se sigue el mismo programa. 

Está loco, y no puede hacer nada para cambiarlo.

Ingiere los alimentos en silencio, atento al reloj de la pared de la cocina,
a su tic-tac repetitivo y monótono. Quizás sea el único momento
del día en el que se siente a gusto, oyendo el picar de la manecilla
de los segundos una y otra vez, siempre igual, sin variaciones apreciables,
estrellándolo día a día hacia una fase que nunca termina.
Recoge el plato y los cubiertos y se viste sin prisa. Hay tiempo.
Se pone su traje de los martes, que casualmente es el mismo que el de los lunes,
e igual que el de los miercoles, las fiestas, las cenas....
Se lava los dientes y se afeita, con sumo cuidado, poniendo una precaución excesiva
en cada movimiento, como si a pesar de todo su vida le importase más
de lo que aparenta a simple vista.
Sale a la calle y pasea. Tiene tiempo, y el viaje de casa al trabajo es siempre el mismo.
Los mismo edificios blancos, los mismos complejos de oficinas.
Pasa por delante del mismo parque todos los días,
y en él ve cada día a madres con sus hijos haciendo tiempo antes de llevarlos al colegio.
Un rápido vistazo le dice que son los de siempre, que todo sigue en su sitio.
Avanza y llega al mismo paseo, ve a los vagabundos durmiendo en bancos,
envueltos en cartones. Los maldice, no sabe por qué pero los odia,
no los soporta, le dan asco.
Llega a la oficina y en la entrada se encuentra al conserje;
se saludan con la misma frialdad de todos los días, con total indiferencia.
Coge el ascensor y se encamina hacia su despacho. 
Y allí está ella.

Ella es perfecta, preciosa, inteligente, gentil, ambiciosa, honesta;
lo tiene todo, todo lo que un hombre podría desear.
Se pasea por la oficina y habla con este, con aquel,
saluda a ese otro, sonríe al de más allá.
Pero cuando ella entabla una conversación con alguien,
se pasan horas hablando, riendo, divirtiéndose.
En ocasiones hablan durante días y semanas;
cada vez que el otro llega se acerca a ella y siguen charlando.
Nadie les dice nada, es como si no existieran. Muchas veces ella se va enfadada,
pero siempre acaba volviendo para pedirle disculpas.
Lo curioso es que todo aquel que conversa con ella
desaparece de la oficina y no vuelve jamás. Si le preguntan a sus compañeros
nadie sabe nada, algunos aventuran que está de año sabático,
o que se ha ido de vacaciones, o que simplemente lo han despedido.
Pero cuando le preguntan al superior no sabe nada,
“a él nadie le ha dicho nada”, alega siempre.
Ella nunca ha hablado con Carlos, nunca le ha dirigido más que una mirada.
Carlos no sabe que hacer, está desesperado, ansía conocerla,
pero no se atreve, le da miedo acercarse y no saber qué decir.
Pero lo que más miedo le da es hablar y desaparecer como le
pasa a tantos otros antes que él.
Por otra parte está harto de esperar siempre, de no dar un paso hacia el frente
por miedo a que sea el incorrecto, el miedo a empezar una senda sin conocerla,
perderse, y no saber encontrar el camino de vuelta.

Está decidido, hoy hablará con ella.

Mientras le da alas a todas sus maquinaciones dentro de su preocupada cabeza,
no advierte que ella está sentada a su lado, muy cerca de su cuerpo. Cuando se da cuenta no se sobresalta, está extrañamente tranquilo; puede notar el olor de su pelo, sus ojos buscando algo en el fondo de sus más profundos sentimientos.
Ella sonríe:
-Hola, te apetece un café?.
-Claro.


Suena el despertador.
Es un nuevo día. Carlos lo apaga con una sonrisa.
No sabe explicar por qué, pero es feliz, se siente lleno de una energia renovada
e intensa que hacía mucho que no sentía; se ve capaz de mover el mundo si se lo propusiese.
Hoy acudirá al trabajo y tiene claro lo que debe hacer.
Se prepara el desayuno con energía y motivación.
Rompe por fin con sus costumbres, se viste y se lanza a la calle.
El sol surge radiente, asomando entre dos edificios y marcando sobre el asfalto
las sombras tempranas de los árboles.
Todo está iluminado con una luz tenue, como si el mundo entero estuviera
despertando de un profundo sueño.
Va caminando y oye las risas alegres de los pequeños que arañan minutos
sobre la tierra del parque antes de ir a clase, pero aun así estan emocionados
con la idea de vivir un día más de aventuras y diversiones.
Carlos sonríe.
Pasea por el puente, y en los bancos los vagabundos duermen traquilos,
sin nadie que les moleste.Carlos se acerca al primero y vacía el contenido
de su cartera sobre su gorra de lana, puesta boca arriba en el suelo.
Al llegar a la entrada de la oficina, un conserje sonriente y feliz le saluda con la gorra, mientras nuestro hombre le devuelve el saludo con la misma energía.
Al llegar a la oficina, explora con la mirada todos los cubículos, buscando a su dama.
No la ve por ninguna parte.
Pero eso no le preocupa, sabe dónde encontrarla.
Carlos se planta delante de su superior.
”Dimito”- Dice.
“vuelvo ha ser libre”- piensa.

1 comentario:

Unknown dijo...

Carlos es un tipo simpático, algo perdedor, y ya tiene una buena excusa para reacer su vida. Aunque lo veo complicado. Espero que por lo menos eche unos buenos polvos!

Un abrazo,

VD